
Con el transcurrir de la elección, atentos al número de documento, a la planilla, a que no se escapara ningún detalle, las pulsaciones fueron emparejándose, pero durante el escrutinio volvieron a dispararse. Cada borde azul que asomaba del sobre era el presagio de lo que estaba por desatarse lejos del cuarto oscuro, en todo el territorio de nuestro país. Mientras, en la Unidad Básica los compañeros iban y venían, echaban una ojeada al televisor, cebaban un mate, fumaban, terminaban de disponer flameadoras, estandartes, banderas… El tiempo estaba como detenido debajo de la ansiedad que, a esa altura, se tornaba insoportable. Hasta que, por fin, los datos de las primeras mesas empezaron a llegar confirmando lo que se esperaba: la reelección de la Presidenta era un hecho, y por márgenes siderales. A partir de allí, la noche se convirtió en la expresión de la esperanza. Cada fiscal que llegaba era recibido con un abrazo de esos que expresan cosas que no se pueden decir en palabras, y entre risas, lágrimas y cánticos fue desatándose la algarabía. Cuando se supo que el micro ya estaba estacionado sobre la avenida Rivadavia resultó difícil contener a los militantes y vecinos -que también se habían ido congregando en torno de la UB-, que no querían otra cosa que sumarse a los que ya ocupaban la Plaza de Mayo. Entonces sí, una vez finalizado el discurso de la presidenta, se precipitó la andanada. En menos de cinco minutos se cerró la UB y se marchó hacia el micro entre vítores y marchas. Y todo el recorrido del abarrotado colectivo fue una sucesión de cantos y agitarse de banderas, un intercambio de dedos en V con los transeúntes, una fiesta popular de esas que hay que atesorar en la memoria para poder relatar fielmente dentro de muchos años a hijos y nietos sin necesidad de tener que exagerar ni una coma.



En el preciso momento en que La Cámpora Caballito ingresaba en la Plaza comenzaba su discurso la Presidenta enfatizando su convocatoria a los jóvenes. El mismo fue seguido en silencio por la multitud con una mezcla de fascinación, gratitud y congoja: la figura del compañero Nestor se hacía más palpable que nunca en cada estribillo, en cada sonrisa, en cada abrazo con un compañero, fundiéndose con la de Evita, con la de Perón, con la de Cámpora y con la de todos los compañeros que dieron su vida por un país parecido al que hoy vivimos. La celebración siguió hasta bien entrado el lunes entre murga, grupos de cumbia, choripán, marcha peronista entonada una y otra vez hasta el cansancio… Fiesta popular ganada merecidamente con la fuerza de la militancia inclaudicable en las malas y en las buenas. Y cada compañero debe haberse ido a dormir con la satisfacción de saber que tanto esfuerzo no fue en vano, que esto recién empieza y que a partir de hoy la profundización de esa revolución truncada en 1955 y otra vez en 1976 por la oligarquía genocida y que fuera retomada como bandera en 2003 por Néstor Kirchner está más viva que nunca, y que de ellos depende llevarla hasta la victoria. Siempre.
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